lunes, 31 de agosto de 2009

La lluvia y los hongos

¿Sinceridad? Cuidado con la palabrita. Por lo pronto, querida, no era éste nuestro convenio de hace cuatro horas. ¿Recordás lo que dijimos? No existe el pasado. Claro que es difícil abolirlo. Pero reconocé que hubiera sido lindo quedarnos con nuestra imagen de hoy, vos y yo en aquel zaguán oscuro, provisoriamente resguardados del aguacero, vos y yo mirándonos, vos y yo sintiendo que de pronto circulaba entre ambos la corriente milagrosa, vos y yo inscribiéndonos tácitamente en el compromiso de venir aquí, o a cualquier habitación tan sórdida como ésta, para repetir, como siempre con fundadas esperanzas, la búsqueda del amor.

Después de todo, ¿qué crees que es la sinceridad? ¿Que yo te diga lo que te gusta y vos me digas lo que me revienta? Cuidado con la palabrita. La sinceridad (cuando es sincera, porque también hay una sinceridad falluta) siempre nos llevará a odiamos un poco. Ahora me da lástima verte así, tan indefensa, tan iluminada. ¿Querés apagar la luz? Conviene que te cubras, por lo menos. Además, ya no llueve. A lo mejor, tenés razón. Terminada la lluvia, el pasado vuelve a nacer, como los hongos. ¿Querés que empiece por la infancia con padres, con libros y sin ternura? No, esa parte es más bien tediosa. ¿O querés que empiece por la zona de amistad? Ya sé, estarás pensando: cuántas ventajas para el hombre, Dios mío (porque vos decís a menudo diosmío), no cultivan la virginidad ni tienen los pies fríos ni soportan la menstruación, y, como si eso fuera poco, poseen la necesaria ingenuidad para creerse amigos, nosotras en cambio sabemos a qué atenemos: nos encontramos, nos reímos con cierto escándalo, nos besamos simbólicamente con los labios en el aire, decimos pestes de las cuñadas, de las primas, de las presuntas amigas ausentes, comparamos detalles de nuestros novios, amantes o maridos, intercambiamos falsas confidencias y besamos otra vez el aire antes de separamos con la misma sorna, con la misma envidia contenida. Sí, estarás pensando eso, y quizá tengas un poco de razón. Pero la verdad es que a mí no me ha hecho feliz la amistad. Simplemente compruebo. Tuve exactamente tres amigos. Ya ves que no es tan fácil. Sólo tres. El primero se quedó con un sobre que contenía mi sueldo y nunca más supe de él. Con el segundo me tomé a golpes, y las cicatrices respectivas (ésta del pómulo, otra en su hombro derecho) nos impiden olvidarlo todo. En cuanto al tercero, me quitó una novia. No, esa vez yo no estaba realmente enamorado. Lo importante vino después. Fue la única ocasión en que me sentí vivir en pleno, como un animal nuevo y despierto, ágil, sensible, aunque horriblemente preocupado. Estaba, cómo explicarte, deslumbrado ante esos inesperados matices de posesión y de ternura que descubría en los menos comunicables de mis pensamientos. Pasaba como un fantasma por mi empleo, por la calle, por mi casa. Estaba enamorado como puede estarlo un chico de su maestra, o de la amiga de su hermana mayor. ¿Cómo era ella? Bah, era inculta, primaria, pero tenía una sabiduría instintiva que la hacía intocable, una sensibilidad que convertía en perfecto. todo cuanto hacía. Hablaba sin gran elocuencia, un poco a balbuceos, pero poseía la elocuencia más dificil: la de las actitudes. Frente al problema más intrincado, su actitud era siempre irreprochable. Tenía un increíble olfato de lo que estaba bien. Un desequilibrio que a la postre me resultó intolerable. Ella me quería, estoy seguro, pero había una suerte de juego mezclado a su amor. Yo tenía una horrible conciencia de no ser tomado en serio. Pero mi amor, llamémosle así, tampoco era limpio. Estaba, cómo te diré, contaminado de respeto. Y así no se puede, claro. Quizá ella tenía la horrible sensación de ser tomada en serio. Nunca se sabe. De todos modos, era un desequilibrio. Un día no pude más y la golpeé. Tuve que hacerlo. La golpeé, la humillé, la obligué a cometer acciones que eran denigrantes en nuestra relación. Tenía que verla alguna vez en una postura horrible, en una actitud absurda, reprochable. Ya sé que es dificil de comprender, no precisa que me mires así. No lo conseguí, claro. Porque ella pudo resistir. ¿No te digo que la obligué? En ese momento pensé que lo había conseguido. Estaba allí, asombrada y despreciable, y yo podía mirarla sin respeto, como si hubiera verdaderamente prostituido su pasado. Pero al día siguiente ella adoptó de nuevo la única actitud irreprochable, la única que podía purificar la inmundicia de la víspera. ¿Todavía no comprendes? Abrió el gas. La maté, claro. ¿Querías decir eso? Fui el culpable, el único, ¿te das cuenta? Y ahora, por favor, hablemos de otra cosa. De tus amores, por ejemplo.

Mario Benedetti

domingo, 30 de agosto de 2009


No entiendo por qué dicen "Me conformo con mirarte"
Yo no me conformo con mirarte

Me gustaría que vinieras a caminar conmigo bajo la lluvia
y me gustaría que me explicaras por qué el abrazo,la mirada y la palabra perfecta para mí...si un día elegiste y a mi no me incluía esa elección...
Pero lo que más,más me gustaría...

viernes, 21 de agosto de 2009

David canta su salmo


[...] Odio,en una palabra. Y un odio de la peor especie, porque su causa está en el sujeto que odia, está en el propio tipo que odia. Él lleva consigo mismo el motivo,el objeto de su odio. Es sujeto y objeto de su propio odio, ¿me entiende? Y para esta clase de odio no hay remedio. Acuérdese de Nietzche: no hay redención para el que sufre de sí mismo, a no ser una muerte súbita. Also sprach Zarathustra. Estos tipos reciben constantemente la pisada del mundo. Cualquiera se les impone, y ellos no pueden guarecerse sino en el camouflage, en la pasividad, en el mimetismo. Sonriendo y callando.Aguantando,en una palabra. Y ahí está el peligro. En que aguantan, en que están obligados a aguantar. Porque aguantar, usted sabe, es una energía para dentro, una fuerza que tenía que ser centrífuga y usted la tuerce, la da vuelta y la hace centrípeta. Y entonces, claro, el homúnculo hace eso, aguanta,aguanta,aguanta,la prepotencia, el fracaso,la soledad, la postergación, todo lo aguanta. Pero cada cosa que aguanta es una piedra que se echa dentro del espíritu y hace peso. Hasta que un día la capacidad está colmada, y entonces basta un grano de arena, una nimiedad que le exija un nuevo aguante,y todo lo que el hombrecito lleva adentro le sale al exterior con la fuerza de un volcán en erupción,lo desfonda,lo da vuelta del derecho al revés, como a una media, y ocurre una catástrofe: el hombrecito mata,incendia,hace una revolución. La gente se queda atónita: cómo, ¿ese infeliz que no levanta medio palmo del suelo, que nunca dijo esta boca es mía, y ahora?Precisamente, chauchas,ahora. Ahora ha hecho lo que ha hecho porque no levanta medio palmo del suelo y porque nunca pudo decir esta boca es mía. Si por un lado la superficie está demasiado lisa, es porque del otro lado están las costuras y los nudos.


Confesión de David Réguel en "Rosaura a las diez" de Marco Denevi