viernes, 12 de junio de 2009

El día que decidí no pensar


Fue ahí cuando aprendí a no esperarte
fue en ese momento donde comencé a no sonreírme sola cuando mi memoria recordaba tu sonrisa
fue ahí cuando entendí que nunca volverías,mi boca empezó a escapar de tu nombre,y desde ese día los sobrenombres no alcanzan.
Fue a partir de ahí que camino esperando no encontrarte,ni solo ni acompañado.
El día que decidí no pensar,te demostré que aún sigo sintiendo,aunque sea en vano,
fue ahí cuando el orgullo y el miedo se fueron a dar un paseo, y la resignación me invitó a tomar un café. Nos hicimos grandes amigas.
Fue ahí cuando decubrí que tenerte cerca mío,es un asunto tangible, y de eso ya no se encarga el corazón.
Fue ahí que comprendí que la única forma de tenerte es no tenerte como te quuiero tener,
fue ahí que comprendí que ya no podía juagr con el futuro,y que de ahora en más el día a día era un término que tenía que aprender a utilizar,
fue ahí que comprendí que la única forma de amarte es conversando y riendo juntos otra vez, reemplazando los besos y los abrazos que te solía mendigar.
Y desde ahí,aunque sea con una sonrisa,intento demostrarte que te llevo conmigo,junto con el día que decidí no pensar

lunes, 1 de junio de 2009

Silencios compartidos


De lunes a viernes, de enero a diciembre, me encuentro aquí: inmóvil, muda, casi indiferente. Durante días siento una melancolía invasora, donde sólo cabe un pensamiento feroz: no saben quién soy. Ellos me piden libertad o encierro y yo tengo el poder de concederles lo que deseen, pero los necesito para ello. Me golpean, una, dos, tres veces… si de adentro no responde nadie, mi vecino comienza a gritar: supongo que sus gritos son más molestos que los míos y es por eso que le obedecen con mayor rapidez.
Con el paso del tiempo vivo dos realidades diferentes y constantes: de adentro: charlas, muertes, fotografías detenidas, vidas, risas, llantos, nuevos y viejos habitantes, compañeros de rutina, luz y oscuridad, día y noche…Escucho las confesiones más secretas y oscuras, y las más públicas y vanas. Muchas veces quisiera retar a aquel hombre y decirle que en lugar de golpear a su esposa me golpee a mí. Pero sólo puedo callar y mirar. Muchas veces quisiera decirle al televisor que no gobierne la mente de los habitantes. Pero sólo puedo callar y mirar cómo mueren en el completo sometimiento ante el poderoso electrónico. Muchas veces me gustaría preguntarle, casi ya con desesperación, qué le sucede a aquella pared que me mira con detenimiento…no me quita la vista de encima, y sus enormes cuadros parecen acosarme, y acusarme. Y muchas veces también, me gustaría que aquellos adolescentes que música le dicen a la vida…no canten más canciones tristes, porque mi madera llora y se comienza a desarmar. Y sólo puedo crujir. De afuera: charlas, muertes, fotografías detenidas, vidas, risas, llantos, nuevos y viejos habitantes, compañeros de rutina, luz y oscuridad, día y noche…la diferencia está en que son pasajeros. A pesar de esto, tanto quisiera gritar… pero sólo puedo abrir y cerrar, dejar salir o dejar entrar.

Yo, la puerta.

Me quedo parada observándola detenidamente pensando, que si hablara, cuántas horas de café podríamos compartir.
Tanta gente pasó cerca suyo sin darse cuenta que existe. En cambio ella, dejándose dominar, les da a cada uno la opción de la libertad, o la de resguardarse sobre sus espaldas. Soportó el paso del tiempo y las influencias de éste sobre su cuerpo: cambiando de color, de forma, con nuevos clavos, nuevas manos que se afirmaban, y día a día, accesorios que la ayudan en la difícil tarea de brindar seguridad.
Al mirarla con alegría, pienso en las tantas risas, carcajadas, recuerdos, chistes de buen y mal gusto, buenas noticias, ella escuchó, y escucha, en silencio.
Al mirarla con tristeza, imagino cuántos llantos, enojos, gritos, golpes, muertes, heridas, recuerdos, descargas contra ella debió soportar, y soporta, en silencio.
Al mirarla con cierta intriga, me encantaría saber cuántos secretos guarda, si son los mismos que yo sé, cuántas confesiones ocultas, si recuerda cada una de mis transformaciones, cuántas personas dejó entrar y salir que sólo ella sabe que existen, y los ayudó, en silencio.
Y al mirarla, simplemente mirarla, una sensación escalofriante me invade, al pensar en su memoria, en su silencio. Será por eso que la miro tanto, será por eso que al bajar ella su picaporte, un miedo monstruoso me hace creer que la pierdo; es ahí cuando cierro mis ojos para no ver su partida, y cuando los abro y la veo… puedo darme cuenta de lo importante y fuerte que es mi puerta.

Yo, la pared.